Venezuela es un solo alarido

¿Cómo llegamos hasta aquí?

E

s la pregunta; no una interrogante retórica como muchos creen. De hecho, haber traspasado el umbral de la incertidumbre, la miseria y el dolor como sociedad integrante de la “humanidad civilizada”, nos obliga a despejar esa incógnita de una buena vez. Cuando la providencia bendijo a Vzla con todas las posibilidades materiales para elevarse y optimizarse como sociedad en todos los sentidos; la ignorancia y la ceguera ideológica de quienes la condenaron a lo largo de estos 18 años de oscuridad inhibieron esas posibilidades; las alteraron y en lugar de potenciar el trabajo, la pluralidad y los principios democráticos, inocularon el resentimiento, la polarización y el merecimiento arbitrario de poseer lo que nunca se trabajó. La razón de éste despeñadero en el que estamos ahora, sólo podemos encontrarla en nuestra incapacidad para valorar la cultura del esfuerzo propio y la importancia de ejercitarnos para ser mejores seres humanos y en consecuencia mejores ciudadanos.

De haber contado con ese blindaje espiritual como sociedad, los venezolanos no hubiésemos caído en la trampa caza-bobos de abrirle la puerta de nuestras vidas a éste populismo cívico-militarista que sobrevino finalmente como engendro que hoy todos, absolutamente todos padecemos; tanto quienes nos oponemos radicalmente a él, como quienes apostaron y continúan apostando por él.

El problema se originó en el vacío de perspectivas que, durante la próspera y también corrupta Cuarta República, permitió que un aventurero, desde la ignorancia más crasa, muy a pesar de sus confesas intenciones (El camino hacia el infierno está labrado de buenas intenciones) comenzó a pavimentar a la vista de todos los venezolanos, el cultivo sistemático de la destrucción de su país.

Ese vacío de perspectivas, identificado por la incapacidad de sus gobernantes y la ignorancia crasa (cantos de sirena) de sus gobernados, para auscultar con claridad el horizonte que teníamos por delante y determinar el sentido de destino como nación, trajo como consecuencia al final de éste perenne ensayo y error (más error que ensayo) la tragedia que hoy padecemos.  

La danza de los millones, producto de la generosa riqueza petrolera nos permitió entrar de primeros en la modernidad del siglo XX. Y paralelamente, como derivación también del maná petrolero, no sólo se apalancó un poderoso musculo económico; del mismo modo, también se desarrolló en los venezolanos un afán casi enfermizo por la satisfacción instantánea, el derroche sin medida y la ostentación innecesaria. (Ta´ barato dame dos)

La bonanza petrolera no impidió que la brecha de la pobreza creciera. Obviamente no en la aberrante magnitud que tenemos hoy; cuando la pobreza es pontificada por quienes se aprovecharon de esa penosa condición para usufructuar política y económicamente su tránsito por el poder.

Un populismo feroz, que como alguna vez lo admitió, antes de morir, el internacionalista y escritor Simón Alberto Consalvi, “no hemos salido de una larga decadencia”. Y el problema por lo visto es que el declive se profundizó a niveles brutales.

Los indicadores más conservadores como el de Encovi (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida ) arrojan aterradoras cifras. Se habla de más de un 50% de pobreza crítica y un 80% de pobreza estructural. Lo que expuesto en palabritas de centavo significa que Venezuela no sólo con el desplome en los precios, de uno de sus únicos productos de exportación  a lo largo de estos 18 años, asociado a una pésima administración que en lugar de invertir el petróleo para prevenir precisamente, circunstancias como las que padecemos en el presente, se volcó a saquear el erario nacional, confiscar toda empresa, fabrica, en fin, bien productivo para destruirla y como corolario de ésta abominable conducta, generar  una sociedad parasitaria, en nombre del redencionismo social, dependiente del estado como proveedor “vitalicio” de bienes y servicios.

Entonces basta hacerse la pregunta ¿cómo llegamos hasta aquí? O ¿Cómo llegamos a la noche? Como intituló el fenecido guerrillero cubano Huber Matos, su revelador testimonio de más de mil páginas como testigo de excepción del auge y la caída de lo que fue la auténtica revolución cubana, presa de sus propias contradicciones, cuando sus principales líderes (Fidel Castro y Raúl, su hermano) decidieron ceder los principios democráticos, el respeto a las libertades económicas y su cacareado redencionismo social (dictadura del proletariado) para enriquecerse obscenamente en medio de la escandalosa pobreza del pueblo cubano.

Si bien es cierto que puede haber respuestas a la pregunta con que encabezamos ésta reflexión en la analogía con el llamado “mar de la felicidad”; no es menos cierto que aquellos 40 años de democracia imperfecta venezolana están alojados en el ADN de la gran mayoría de los venezolanos. Sus hijos, afortunadamente, han sido arrullados con las canciones de cuna de aquellos tiempos que, durante estos ominosos 18 años, han sido chantajeados, censurados y perseguidos por repudiar éste ambiente de privaciones, violencia y miseria que caracteriza la encasillada visión de la dictadura venezolana y su ideal de “hombre nuevo”.

Muy lejos de acostumbrarse, los jóvenes encabezan las multitudinarias protestas, acompañados de la gran mayoría del pueblo venezolano contra una dictadura que a estas alturas sabe perfectamente como llegó hasta aquí. Lo que ignora frente a la enconada determinación mayoritaria que la repudia es ¿Cuánto tiempo más podrá aguantar su impopular estancia en el poder?

29 de abril de 2017

Pepe Mijares/ @pepetex

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