Colombia decide por la Paz, Venezuela decidirá por su libertad

La Guerra es siempre una derrota para la humanidad

Juan Pablo II

H

oy, domingo 2 de octubre se celebrará un plebiscito donde el pueblo colombiano decidirá si refrenda los acuerdos de paz entre su gobierno y la principal guerrilla que opera en el territorio, las FARC. Una consulta compleja, no tanto por la indiscutible y anhelada búsqueda de la paz; sino por el cuestionado fuero al que ha sido sometido uno de los principales responsables de la conflagración en el vecino país. Las FARC hicieron posible cualquier cantidad de violaciones a los derechos humanos, con el siniestro incentivo de la ideología del colectivismo autoritario y su alianza con el narcotráfico como principal incentivo para generar una guerra de más de medio siglo.

Son condiciones afines para Venezuela, donde sin haberse producido un conflicto de tales magnitudes, ni la traumática secuela de herida abierta todavía palpitante, nuestro país es apuñalado por una doctrina hermanada, amparada y defendida por el caudillo militar que hizo posible la destrucción del país y le dejó a su heredero la administración  de una espiral de polarización, pobreza y violencia cuya única salida posible en las circunstancias en las que nos adentramos a lo largo de estos 18 años de exasperante  tirantes bélica es la urgente realización de un Referéndum Revocatorio Presidencial.  

Lecciones irrepetibles

Los venezolanos, hemos visto con perplejidad e impotencia, a lo largo de estos años una sistemática destrucción de nuestro país en todos los sentidos. El corresponsal de guerra, el estadounidense John Lee Anderson, testigo de excepción de relevantes conflictos en el orbe comentaba que “Nunca había visto a un país, sin guerra, tan destruido como Venezuela”
Y lo más triste de ésta historia, es que no hizo falta la irrupción de una guerra convencional, aunque haya prevalecido la existencia de todos sus componentes para producir la catástrofe que hoy padecemos y de las que venimos aprendiendo dolorosas lecciones cuyas secuelas, como en Colombia no pueden repetirse:

La destrucción del aparato productivo, la monstruosa escases de todo, la evaporación del valor del bolívar, el surgimiento de un draconiano mercado negro, el odio entre hermanos, la inoculación del resentimiento entre venezolanos, el patológico señalamiento de un imperio responsable de todos nuestros males y del que para colmo los mismos delincuentes que desgobiernan nos defenderán.

Pero lo más grave de todo, es la necesidad de ser amparados y protegidos por un estado totalitario que como el Ogro Filantrópico de Octavio Paz es el encargado de satisfacer absolutamente todas nuestras necesidades y al mismo tiempo amputar la humana motivación de generar nuestra propia independencia económica.

Una de las peores caras de tal debacle no es la destrucción material, sino el daño moral que se le ha hecho a generaciones de venezolanos que emprendieron en contra de su voluntad un viaje, en muchos casos sin retorno fuera de su patria o aquellos, que ante las carencias exacerbadas por la cataclísmica crisis que nos agobia y frente al nublado horizonte del porvenir, encontraron en el hampa, la violencia y la trampa, el único refugio a la desesperanza. Todos los venezolanos, no obstante, tanto aquellos que sufren el desarraigo como los sobrevivientes de ésta oscura realidad, son víctimas de una guerra cuyo referente, aunque las causas sean distintas encuentran condiciones de común empatía.

Dos elecciones una causa común: imponer la paz.

Los colombianos sabrán a ciencia cierta mediante un plebiscito histórico si es menester darle un chance a la paz, pese a las todavía abiertas heridas de la guerra, o continuar en la diatriba por las cuestionadas licencias que el gobierno convino con la guerrilla para dejarla atrás.

Los venezolanos, por otro lado, en medio de una situación de guerra no declarada, pero de guerra a todas luces, resisten desde hace 18 años, la coactadora y totalitaria embestida desatada por un caudillo militar y luego por su sucesor, al frente de una camarilla dictatorial a todo lo que se le oponga, sea divino o humano.

Nuestra lucha, sin embargo es denodada. Conlleva paciencia y resistencia a través de un tortuoso camino cuya conclusión no puede ser otra, sino la imposición, pese a la intransigencia del régimen a aceptar una consulta constitucional, pacífica, electoral y democrática (Referéndum Revocatorio) que nos permita librarnos de una rémora como la que nuestros vecinos intentan dejar atrás para siempre.

1 de octubre de 2016

Pepe Mijares/ @pepetex

Free Web Hosting